Una etapa cualquiera

Hora de levantarse, mas o menos las 6 o 6.30 am. Somos 3 o 4 en una habitación y hay que moverse rápido para el uso del baño. Los que no están en el aseo personal están empacando todo lo que se puede. A medida que vamos saliendo y nos vestimos, bajamos a buscar un café, o si es posible el desayuno de la caravana. Todo con rapidez pero sin desesperación. Simultáneamente los conductores acercan los vehículos y entre todos cargamos equipos y equipaje. Se aprovechan estos quehaceres para conversar con otros integrantes de la caravana. Se socializa pero también hay intercambios de información, preguntas, precisiones. Casi nunca vemos la carrera, tomamos carretera antes de la voz de partida, llegamos al final de la etapa una o dos horas antes que los ciclistas, buscamos quien nos lleve al lugar donde instalaremos los equipos, como es la primera vez que se hace proceso digital hay inexperiencia de los Comités Organizadores de las diferentes localidades.

En alguna ciudad nos ubicaron en un restaurante/refresquería/bar, buscamos unas cuerdas y “aislamos” la zona de proceso, sin embargo, varios saltaron la cuerda para venir a ver las computadoras o preguntar algo. Pero cada vez que arrancaba el motor de un refrigerador, la baja de tensión disparaba los reguladores de voltaje, requirió mucha diplomacia convencer al dueño de apagarlos por una hora. Luego, los que estaban en el bar entraron en la impertinencia y tuvimos que retirarnos para fotocopiar los boletines para la memoria final y no había previsiones de un lugar apropiado. La solución fue instalar en una de nuestras habitaciones la fotocopiadora, quitando el colchón de una cama y usando el bastidor como mesa improvisada. En cambio, al llegar a Mérida, nos ubicaron en un gran hotel y dieron instrucciones a dos mesoneros de mantenernos abastecidos, muy elegantemente por cierto, de refrescos y pasabocas. El área que nos reservaron tenía, además de suficientes mesas y sillas, un juego de sofá y butacas muy cómodas.

Al llegar a cada ciudad había que sacar de sus cajas las computadoras y solicitar una mesa apropiada para ella, lo mismo con la fotocopiadora. Nuestro electricista, el TSU Carlos Sánchez, hacía milagros diferentes cada día. En algún sitio el enchufe mas cercano estaba a 20 mts de distancia, en ninguna parte había tomas de tres patas, con tierra, y Carlos armaba cada día un juego de extensiones diferentes pues normalmente el sitio de donde “sacaba” la tierra estaba distante del enchufe. Los cables eran fijados al piso con “x” de tirro. Antes de instalar se comprobaba el amperaje y el voltaje disponible y se averiguaba donde estaban los breakers, la cuchilla o fusibles y tomar previsiones. La computadora de repuesto se dejaba lista al lado de la principal para una rápida sustitución en caso de falla (nunca se necesitó). Se tenía cerca un regulador de repuesto, y se cuidaban celosamente los diskettes y las carpetas de notas. Cerca estaban también el papel continuo para la impresora, las resmas de papel para la fotocopiadora, las cintas de repuesto, el tonner, la caja de herramientas y un radio con alguna emisora local que retransmitiese alguna transmisión en vivo para estar alertas. Se aprovechaba para verificar donde se reuniría el personal técnico al final de la etapa, en parte para que tuviese unas mínimas condiciones y en parte para saber de donde nos enviarían los resultados a procesar.

A veces lográbamos almorzar antes de que llegaran los ciclistas a la meta, y casi nunca almorzábamos con los demás miembros de la caravana pues en ese momento estábamos procesando o reproduciendo. Los datos llegaban escritos a mano y generalmente un miembro del personal técnico se sentaba al lado de Marcos Torres quien operaba el computador mientras se le dictaban los números. Apenas se terminaba cada clasificación, se imprimía y era revisada, luego se enviaba a la fotocopiadora y se iba organizando para hacer fácil la compaginación y engrapado. Al terminar se volvía a colocar todo en las cajas y se repartía en nuestras habitaciones pues no era seguro dejarlo en los carros o en donde se había trabajado. Luego bajábamos a cenar, los conductores hacían chequeos a las dos camionetas, los que podían buscaban algún teléfono público para reportarse a casa, al Gerente de la Empresa, y otros atendían invitaciones a los programas radiales de las 6 o 7 de la noche. Todos los días sin excepción, el Comisario de la UCI , los directivos de la ATC y otros comisarios, pasaban e intercambiaban opiniones sobre nuestro trabajo, lo monitorizaron de cerca pero de la manera menos invasiva. Antes de acostarnos, se hacían ajustes al programa, se hacían reparaciones menores o se desarmaban las conexiones eléctricas y se planificaba el trabajo del día siguiente. No tuvimos tiempo de pasear ciudades ni de ver la carrera, y solo cuando la meta estaba muy cerca de donde estaban nuestros equipos, pudimos ver alguna llegada. Si lográbamos dormir antes de media noche nos sentíamos afortunados.